Título: Shadows of South Meraung
Agung y Arip eran exploradores experimentados, siempre ansiosos por descubrir los secretos escondidos en los pliegues del mundo. Su última aventura los llevó a las afueras de un lugar rumoreado que estaba envuelto en misterio: la aldea del sur de Meraung. Un lugar rara vez hablaba, y cuando se mencionaba, estaba en tonos silenciosos, como si el mismo aire temiera llevar su nombre demasiado fuerte.
Una tarde fatídica, cuando el sol se sumergió debajo del horizonte, Agung se aventuró demasiado lejos, impulsada por una curiosidad insaciable. El denso follaje lo tragó, y pronto se perdió dentro de los caminos laberínticos de la aldea. Arip, sintiendo la ausencia de su amigo, sintió un escalofrío arrastrarse por su columna vertebral. Sabía que tenía que encontrar a Agung antes de que la invasión de la oscuridad lo reclamara.
El pueblo del sur de Meraung era diferente a cualquier otro. El aire colgaba pesado, grueso con un temor tácito. Las casas, aunque en ruinas, parecían ver a Arip con ojos huecos mientras navegaba por el misterioso silencio. Era como si el pueblo en sí estuviera conteniendo la respiración, esperando algo, o alguien.
La búsqueda de Arip lo llevó a una clara clara donde el suelo estaba empañado con símbolos extraños. Su corazón se aceleró mientras escuchaba un leve susurro, llevaba el viento. "¡Agung!" Él gritó, su voz apenas un susurro, temiendo perturbar lo que acechaba en las sombras.
De repente, un ruido de susurro rompió el silencio. Arip giró justo a tiempo para ver que surgir una figura de la maleza. Era Agung, pero algo estaba mal. Sus ojos estaban acristalados, y se movió con una marcha desagradable y antinatural. "Agung, ¿qué te pasó?" Arip preguntó, su voz temblando.
La respuesta de Agung fue una risa escalofriante, desprovista de cualquier calidez. "No deberías haber venido, Arip. Ahora, nunca te irás".
Panic surgió a través de ARIP al darse cuenta de que el pueblo había reclamado a su amigo. Trató de correr, pero el suelo debajo de él cambió, los símbolos brillaban siniestrados. El pueblo estaba vivo, y los quería a los dos.
Mientras Arip luchaba por escapar, escuchó que los susurros se hacían más fuertes, una cacofonía de voces del pasado, atrapadas dentro de los límites malditos del pueblo. Sabía que tenía que romper la maldición para salvar a Agung y a sí mismo.
Con una resolución desesperada, Arip buscó el corazón de la aldea, donde se decía que se originaba la maldición. Encontró un antiguo altar, cubierto de los mismos símbolos que habían atrapado a Agung. Con las manos temblorosas, Arip comenzó a revertir el ritual y cantando palabras que apenas entendía pero se sentía obligada a hablar.
Cuando la última palabra dejó sus labios, una luz cegadora envolvió el pueblo. El suelo cesó su temblor, y los susurros se desvanecieron en silencio. Cuando la luz retrocedió, Arip encontró a Agung de pie frente a él, sus ojos despejados y sus movimientos naturales una vez más.
"Tenemos que irnos, ahora", instó Agung, su voz llena de urgencia.
Juntos, huyeron del pueblo del sur de Meraung, sin mirar atrás. El pueblo, ahora silencioso y aún, parecía suspirar en alivio, su maldición rota, al menos por ahora. Pero el recuerdo de esa noche desgarradora perseguiría para siempre a Agung y Arip, un recordatorio de los peligros que acechan en las sombras de los lugares olvidados.